La Educación Hoy
- Etty Kaufmann Kappari
- Apr 17
- 3 min read
(A propósito de la serie de Netflix “Adolescencia”)
Escrito Por Etty Kaufmann Kappari
¿Cuántas veces hemos oído a un adolescente decir que no quiere ir al colegio y lo hemos tomado como un simple capricho? ¿Qué hay detrás de esa negativa?
La primera escena del primer episodio de la serie de Netflix titulada Adolescencia muestra a un hombre de espaldas, escuchando el mensaje de voz de su hijo Adam, quien le dice: “Papá, otra vez me siento mal, ¿puedo faltar al colegio?”. El padre —que también es policía— y su compañera de patrulla se ríen del mensaje.
Otra vez le duele el estómago a Adam. Esta repetición o insistencia no parece generar ninguna pregunta en su padre; este policía solo piensa que su hijo no quiere ir al colegio y que está encontrando excusas para no hacerlo. Pero en ningún momento se le ocurre pensar o preguntarle:
—¿Por qué no quiere ir al colegio?
Luego nos enteramos que en el colegio otros estudiantes tiran basura en la comida de Adam, le exigen dinero, lo empujan, lo amedrentan, se ríen de él... es decir, le hacen bullying todo el tiempo. No lo dejan en paz. Es desesperante.

¿Quiénes ven ese bullying? Estudiantes, docentes, personal administrativo, cocineras... incluso su propio padre ve cómo, en su clase, se ríen de él. Todo el mundo ve, pero nadie detiene el infierno que vive Adam. Y no es porque no se haga nada: sí se hacen cosas. En la serie, por ejemplo, se ve a profesores regañando, amenazando, gritando o dando órdenes a los muchachos. Pero nada sirve. Más bien, el efecto de insistir en estrategias que no funcionan solo parece crear más caos, dolor y soledad.
Por un lado, los adolescentes protestan y resisten el aplastamiento de una estructura colegial que no les toma en cuenta. Por otro lado, más del 70% de los docentes se incapacitan cada año (en Costa Rica); un porcentaje elevado lo hace por estrés, ansiedad y depresión. Ya nada les resulta ni a los adolescentes ni a los profes. Se oyen, pero no se escuchan; están en el mismo espacio, pero no comparten. Es como Babel.
Trabajar en colegios es de las tareas más difíciles que existen y, al mismo tiempo, de las más importantes. Pero claramente, lo que servía antes ya no sirve hoy.
Las estrategias de enseñanza en los colegios deben incluir a las y los adolescentes porque la adolescencia no es solo un tiempo que pasará: es un momento clave en la construcción de identidad, autonomía y sentido de pertenencia. Si seguimos viendo a las y los adolescentes como problemas que hay que corregir, en lugar de como personas que necesitan ser escuchadas, entendidas y acompañadas, seguiremos perpetuando ese abismo que los separa del mundo adulto.
Los tiempos cambian —es verdad— y las formas de enseñar y aprender también deben hacerlo. Es imprescindible repensar las metodologías con las que trabajamos en las comunidades educativas, promoviendo un enfoque que considere las realidades y necesidades de los adolescentes. Ya no basta con estrategias unilaterales o autoritarias que no logran conectar con las experiencias y emociones de los estudiantes.
La clave está en crear espacios de diálogo auténtico, donde tanto docentes como alumnos se sientan escuchados y comprendidos, y donde el aprendizaje se dé de manera colaborativa, respetuosa y personalizada. El reto de la educación actual exige nuevas formas de acompañar a los adolescentes en su crecimiento. ¿Cómo podemos adaptar nuestras prácticas a un contexto que cada vez nos exige más empatía, flexibilidad y capacidad de innovación? Las metodologías participativas pueden hacer una gran diferencia.
Psicóloga clínica, facilitadora de talleres para adolescentes; creadora de metodologías a medida para el trabajo en comunidades educativas
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