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ADOLESCENTES EN PANDEMIA

Por Etty Kaufmann Kappari

Dejan las computadoras encendidas mientras su docente da la clase. Se distraen con el YouTuber favorito o inician algún juego. Puede pasar también que solo encienden la compu, dicen “presente” y se vuelven a dormir. Están verdes a falta de sol. Están tristes a falta de encuentros. Sin energía, sin ganas, con desesperación.


Sienten aburrimiento. A pesar de que comprenden la situación por la que atraviesa el mundo, no entienden por qué se sigue con la inercia de cumplir programas, horarios, tareas sin parar a pensar cómo hacerlo mejor. Cómo hacerlo distinto, cómo hacerlo con la palabra de ellas y ellos, adolescentes, con su perspectiva incluida.

Se aburren más que antes. “¿Para qué seguir si cada día es idéntico al anterior?” No hay asombro, no hay sorpresa, ninguna novedad se vislumbra. Procrastinan las tareas, las lecturas pesadas, las mismas que daban cuando estaban de manera presencial.

De este modo, la eficacia de la educación decae.

Entonces, ya no solo han quedado fuera quienes no tienen acceso a internet, a una compu, a un celular por estar en condición de expulsión social. También quedaron fuera adolescentes que están asistiendo a clases porque se han convertido en receptores pasivos de palabras que provienen de sus pantallas, que se escurren debajo de la puerta, por la ventana y vuelan lejos sin dejar huella.

En esta pandemia, hay adolescentes que han pasado de esa sensación de extranjería (porque no están ni en la niñez ni tampoco en la vida adulta, sino en búsqueda de lugar) a la sensación de expulsión social.

¿Usted recuerda cuando era adolescente? ¿Recuerda que a esa edad tenía un radar hipersensible para detectar las injusticias?

Se dan perfecta cuenta de todo. De que se vino la pandemia y tratamos de seguir, pero que no hemos tenido la capacidad para detenernos, pensar y tomar mejores decisiones. ¿Cómo será el próximo año? ¿Seguiremos en el encierro? ¿Cómo se está pensando lo que sigue? No lo escuchan de nadie.

Ya no aguantan la incertidumbre. Deben procesar en soledad ese cuerpo cambiante, esa voz nueva, metidos en un cuarto, en una esquina de la casa, con las demandas de sus familias que exigen a toda hora cosas de las que se libraban cuando iban al cole y compartían con sus compas.

Ya no aguantan que no se les hable de cómo se está pensando el regreso. ¿Cuándo podrán volver al encuentro con sus pares tan necesarios en la construcción de su autonomía?

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